Durante
la década de los 80, me costaba relacionarme con chicas debido a la larga
formación en un colegio exclusivamente de chicos y bajo la tutela de la
religión. Total que esa represión me hizo disparar aun más mis hormonas e iba
como una moto, pero en fin, no me importó, ya que de alguna manera mi ser se
estaba liberando progresivamente y mi adaptación con mi nuevo entorno me
gustaba. Siempre que me gustaba alguna chica, me ilusionaba como un tonto y me
llevaba muchas calabazas y me acomplejaba, pensando que algo faltaba en mí, que
no gustaba. Debido a ello, creció una cierta inseguridad en mi mismo que me
bloqueaba a la hora de ligar. Pero en una tarde de Septiembre del 1990 conocí
una chica en las fiestas del pueblo con la que me estrene pegando dos polvos,
eso sí, el segundo se quedo a medias por la interrupción de la llegada de su
hermano, jajaja…fue la vez que más rápido me vestí, que situación…jajaja!! el
corazón lo tenía a 1000 x hora!!.
Los
años siguientes me relacioné con otras chicas pero sin llegar a nada más que a
besuqueos y metidas de mano, con lo que me cansaba enseguida, y no solo porque
no hubiera “tema”, sino porque daba la sensación que salías por salir, sin
determinar si había realmente química y atracción entre los dos. A veces
pienso, que en algunas ocasiones me comporté como un “cabrón”, eso he de
reconocerlo, pero por otro lado, también son edades muy delicadas como para
comprometerse con alguien. A quien le haya salido bien, perfecto, pero otros (y
que los hay muchos) prefieren disfrutar de su juventud sin ataduras.
